El perdón y cuando no decirlo

Había dado todo ese día.

Trabajé más de 12 horas.

Me expuse a las pedradas de una manifestación.

Sentí la adrenalina a mil por hora en mi cuerpo.

 

Ignoraba las llamadas de mi madre al celular que intuía que estaba en zona de peligro, no quería preocuparla.

Hasta que ella y mi padre lo comprobaron en plena cena: salí corriendo y tratando de protegerme. 

 

Me veían desde la televisora de la competencia mientras transmitían en vivo lo que sucedía.


Esa noticia estaba a mi cargo y de la camarógrafa con quien trabajaba, pero el canal donde estábamos no tenía móvil para transmitir en vivo.


Así que tocó grabar en falso y manejar a alta velocidad para que la nota saliera  a tiempo.

 

No fue así.

 

Murphy intervino.

 

Los reclamos de quien estaba al mando llegaron y terminé llorando en el baño al punto de casi renunciar. 

 Esa fue una de las tantas veces que me sentí tan pequeña y poco válida tal como sucedió tiempo después en otro reportaje, una reunión, un correo electrónico, donde constantemente terminaba en el mismo punto:

 

Pidiendo perdón.

 

Ese tipo de perdón nacía porque no había hecho algo de acuerdo con las necesidades de otra persona. 

 

Me sentía terrible.

Creía que mis niveles profesionales eran paupérrimos.

Mi autoestima bajaba y mi inseguridad aumentaba.

¡Ni qué decir las señales de alerta de mi salud!

 

El ciclo se repitió hasta que empecé a ganar valentía y externar mi criterio para defenderme en el marco del respeto y la amabilidad. 

 

A paso lento, empecé a recuperar mi amor propio y a discernir cuándo ameritaba pedir perdón porque fallé y cuándo no porque no era realmente mi culpa.

 

  

Sé que eso sucedió como escuela para mí y esas otras personas.

 

No lo veo con ojos críticos ni juzgadores. 

 

Te pido que tampoco lo hagás. No es el propósito de este mensaje.

 

Todo lo contrario.

 

Hoy esas experiencias me permiten abordarlo en las sesiones de coaching y mentorías para ayudar que más personas ganen confianza y promuevan ambientes de respeto.

 

Y, más aún, recibo esa lección con gratitud porque entendí cuánto daño puede hacer el perfeccionismo porque trae un efecto dominó:

 

El perfeccionismo va de la mano del ego.

El ego es lo opuesto del amor.

El amor nos une como colectivo.

El amor celebra tu propia existencia y esencia.

 

Hoy, por ello, me veo con ojos de compasión hacia aquella versión mía que no sabía cómo marcar un límite o como expresarme en un estado de conciencia donde el temor y hacerme pequeña fueron la constante.

 

¡Cuán frágiles nos podemos sentir!

 

Sé que te ha pasado esto.

 

Aunque, quizás, en algún momento hemos estado también en el lado opuesto: señalando la perfección según nuestro criterio y olvidando que cada quien lo ve con lentes distintos según su realidad.

 

Es parte de la escuela de la vida.

 

Por ello, hoy te invito a tomar conciencia de las palabras y energías que están detrás cuando pedís ese tipo de perdón en el trabajo o con seres queridos.

 

¿A qué me refiero?

 

Primero, a pausar y cuestionar: ¿es un perdón sincero o es un perdón forzado?

 

Segundo, usar más la gratitud: ¿qué me quiere enseñar esto?

 

Y tercero, a ver la perspectiva desde el amor sin tomárselo personal.

  

Nuestra energía se hace pequeña si decimos: “perdón por llegar tarde”, incluso, es común que deseamos que nadie nos vea en la sala de reuniones con efecto “trágame tierra”.

 

Una energía opuesta es: “agradezco su comprensión por este atraso” y entramos caminando con la frente en alto.

 

Si señalan un error en el trabajo: “le agradezco si me puede mostrar cómo podemos mejorarlo o evitar que suceda a futuro”.

 

De hecho, esta frase va de la mano de la humildad y deseo de aprender, de meternos más en la cabeza de la otra persona para entender qué realmente desea y valorar si está a nuestro alcance.

 

Si cayéramos en el ego, probablemente diríamos: “esta persona me quiere complicar la vida”, pero ese comentario sería desde una óptica de víctima.

 

Si vamos a hacer una pregunta, ¿por qué vamos a pedir perdón? Estamos en el derecho de profundizar o pensar diferente.

 

Entonces, podemos decir: “agradezco si me puede explicar más sobre (_______)” en vez de decir: “perdón si no entendí bien”.

 

❗️Aclaro: no es que del todo no pidamos perdón, es un acto de humildad y amor cuando realmente nos nace porque hemos tomado conciencia de algo que no estuvo bien de nuestra parte.

 

Mi reflexión es no abusar de la palabra cuando sí lo intentaste de corazón, hasta el final, con las botas puestas y simplemente no se dio.

 

Tu alma creerá que no vale y que los demás tienen poder sobre vos. Es momento de recuperar ese poder. 

 

Recordá: el amor propio es la medicina para elevar tu autoconfianza y todo lo que soñás ser.

 

Que tu talento trascienda,

Fabiola.

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Fabiola Domínguez

Soy una humanista, entusiasta, empática y eterna amante del aprendizaje continuo para fomentar la autorrealización personal y profesional.

Por ello, como life coach con énfasis en autoconocimiento y mentora en comunicación, te ayudo a elevar tu desarrollo personal y profesional.

Estoy certificada internacionalmente en Life Coaching y Manager Coaching. Durante 15 años me dediqué como periodista y comunicadora corporativa.

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